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Óscar de la Borbolla

27/08/2018 - 12:00 am

Las vacaciones ontológicas

Cuando miro lo que tengo frente a mí y adelanto la mano, o doy unos pasos para alcanzarlo, sé que estoy en la realidad, que estoy y me muevo en un mundo que posee existencia y si, además, interactúo con los objetos o con las personas que pueblan ese ámbito, más me convenzo de que son reales. Lo extraño es que esta sensación de realidad no sólo se experimenta en el mundo, sino también cuando se sueña, o se encuentra uno absorto en la lectura, o está uno metidísimo disfrutando una película, o cuando se entra en los llamados paraísos artificiales que producen los narcóticos.

La viveza de la experiencia no sirve para distinguir un mundo de otro. Foto: Óscar De la Borbolla.

Cuando miro lo que tengo frente a mí y adelanto la mano, o doy unos pasos para alcanzarlo, sé que estoy en la realidad, que estoy y me muevo en un mundo que posee existencia y si, además, interactúo con los objetos o con las personas que pueblan ese ámbito, más me convenzo de que son reales. Lo extraño es que esta sensación de realidad no sólo se experimenta en el mundo, sino también cuando se sueña, o se encuentra uno absorto en la lectura, o está uno metidísimo disfrutando una película, o cuando se entra en los llamados paraísos artificiales que producen los narcóticos.

La viveza de la experiencia es la que provoca en nosotros la certeza de realidad y esta sensación, que no es otra cosa más que “sentir que se está ahí”, nos hace ir y venir por muchas realidades, entrar a muchos mundos: uno de letras, otro de gasas oníricas y otro más que, para no darle muchas vueltas, digamos que es de carne y hueso. ¿Cuál de estas realidades es la de “veras veras”? Obviamente, pensamos que la del mundo real; pero todos sabemos, desde Descartes, que lo que llamamos mundo real no es otra cosa que una representación en la conciencia, o para decirlo más claramente: una película que se transmite en la sala vip de nuestro fuero interno donde somos espectadores y cácaros al mismo tiempo. El film Matrix prestó un gran servicio a esta comprensión filosófica, y por eso me he atrevido a considerarla como un asunto que “todos” saben.

En lo que quizás no se haya reparado lo suficiente es en esa frontera de lucidez con la que aprendimos a diferenciar, desde la infancia, unas realidades de otras, bautizando como de “mentiritas” a los mundos que no son éste. Esa frontera cae, sin embargo, cuando uno trata de precisar conceptualmente que es lo que de “verdad” tiene este mundo, qué es lo que le da su supuesta superioridad ontológica frente a los mundos de mentiritas.

La viveza de la experiencia no sirve para distinguir un mundo de otro: cuando uno despierta de una pesadilla con los ojos alucinados, o cuando uno se emociona y sufre o goza durante la lectura de un pasaje literario que nos ha raptado, poca superioridad tiene la desvaída experiencia de golpear con el puño la mesa mientras se dice, esta “sí” es la realidad. Ese “sí” enfático es lo que muestra que aquellas experiencias han sido más intensas.

Tampoco la coherencia del mundo verdadero, la aparente regularidad de la estructura espacio tiempo del mundo que compartimos es una ventaja suficiente, pues igual de caóticas y demenciales son las secuencias del sueño y la vigilia.

La verdad es que siendo tan indistinguible una realidad de las otras lo único que demostramos al darle primacía a ésta es nuestro mal gusto, pues si todas son meras representaciones en la conciencia, no sé para qué nos aferramos a ésta en vez de darle más importancia a las quimeras que soñamos, pues seguramente si dedicáramos a los sueños el mismo ahínco que el que le procuramos a este mundo para ganarnos la vida, lograríamos hacer que esas fantasías fueran seriadas y que los episodios nocturnos cuadraran mejor con nuestros gustos. Si la vida es sueño, como bien dijo Calderón de la Barca, ¿qué sentido tiene que nos la tomemos tan a pecho y no mudemos a mejores parajes nuestra residencia. Hoy, por lo menos, voy a desertar de esta realidad el resto del día. Necesito unas vacaciones ontológicas.

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@oscardelabolbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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